Preguntando a los bebés

Es mucho lo que se ha aprendido de los bebés al darles la oportunidad de contestar a nuestras preguntas en una forma más “amigable”.

Frente a un gran auditorio, un docente hace una pregunta a sus alumnos. Son pocos los que contestan. Al poco tiempo, pregunta lo mismo pero esta vez les pide que, si conocen la respuesta, levanten la mano. Esta vez son muchos más los que responden. Finalmente, les pide a sus alumnos que “saquen una hoja” y respondan la misma pregunta. El resultado: la mayoría de ellos conocía la respuesta. Entonces, ¿qué es lo que los alumnos saben realmente y cómo podemos hacer para saber qué es lo que saben? Evidentemente, en este caso, levantar la mano les resultó más fácil que “dar la cara”. Levantar la mano es, en términos de lenguaje de computación, más “amigable”.

En la década del 60’ surgieron algunos investigadores que se preguntaron cómo podrían hacer para conocer lo que sabían los bebés. Descubrieron que los bebés tenían muchas conductas que hacían normalmente y que podían ser medidas. Por ejemplo, podían medir el tiempo que le dedicaban a mirar un objeto o evento, podían medir la frecuencia con que chupeteaban, podían medir si volteaban su cabeza o no hacia una dirección determinada, y podían medir el movimiento de sus manos.

También descubrieron que estos comportamientos eran diferentes si la reacción era producida por un estímulo nuevo en comparación con uno conocido. Por ejemplo, se vio que los infantes miraban más tiempo un objeto o evento novedoso que un objeto o evento conocido. A esto se lo llamó “preferencia por la novedad” y es algo que nosotros conocemos muy bien. Sobre todo cuando le tenemos que comprar un nuevo juguete a nuestros hijos porque el anterior ya no les llama la atención. La preferencia por la novedad es un comportamiento biológicamente adaptativo pues permite que un animal le preste más atención a un hecho novedoso de su ambiente ya que puede significar un nuevo peligro o un nuevo beneficio. Es la base de la curiosidad.

Las investigaciones establecieron que podía medirse esta preferencia por la novedad en infantes muy pequeños midiendo diferencias en su comportamiento habitual. Chupetear, alcanzar la mano, voltear la cabeza, mirar, no solo eran comportamientos habituales y sencillos de los infantes, sino que podían ser utilizados para averiguar qué es lo que los infantes saben sobre el mundo, sobre las personas, y sobre el lenguaje. Así, este “comportamiento diferencial” era una medida que nos permitía saber si un estímulo o evento era conocido o no por el infante. En la década del 70’ surgieron los primeros trabajos pioneros que utilizaron esta nueva metodología que utilizaba respuestas “amigables” para los infantes. Los primeros resultados obtenidos comenzaron a poner en duda lo que hasta ese momento se sabía sobre los infantes. En las dos décadas siguientes los trabajos se multiplicaron geométricamente y comenzaron a mostrar que los infantes sabían mucho más y mucho antes de lo que había predicho la teoría clásica.

De la misma forma en que el profesor universitario podía conocer más sobre sus alumnos si les pedía que levantaran la mano para saber si conocían o no un determinado tema, ahora los investigadores del desarrollo infantil comenzaron a realizar nuevas y más concretas preguntas a los bebés pidiéndoles que, si conocían la respuesta, respondieran con algún “comportamiento diferencial amigable”.